Los jesuitas marcaron la historia musical en Latinoamérica desde mediados del siglo XX.
Fue el arpa el instrumento que mejor llegaron a tocar.
Con este precedente surgió el fandango que hablaba sobre los vicios de los quiteños y se acompañaba de un baile con escenas obscenas, por ello fue penalizado.
Con el pasar del tiempo surgió el pasillo, su nombre se debe a que al ser un ritmo más acelerado que el vals, los danzarines debían realizar pasos cortos y rápidos al bailar (pasillos).
Ya en el siglo XX fue el yaraví el que contagio a la ciudad de Quito, se convirtió en un canto fatalista. A la par surgió otro como el danzante, que se acompaña de un personaje indígena disfrazado que baila en las fiestas andinas.
En Quito todavía hay quienes dedican su tiempo a esta pasión nacional. Alfredo Samaniego es uno de ellos. Junto a su grupo Vientos Andinos ha realizado una gira por Europa. Para él, es importante que la música se mantenga en Quito, pero sin olvidar estos géneros que representan la identidad nacional.
La preparación en este arte es vital. Iván Gómez, de 26 años, toca el saxofón desde los ocho años. Es integrante de Suburbia. En esta banda las letras hablan sobre la sociedad y los constantes problemas que atraviesa. Buscan una ciudad con días mejores.
Así el reggaeton, género reciente tiene su importancia en la escena quiteña con Santiago Morales, joven dedicado a este ritmo que ha buscado dar un giro como artista y proyectarse hacia otros lugares.
Para Alfredo Carvajal, músico y productor, cada género tiene su importancia de acuerdo al sonido y lírica que transmita. Quito es una ciudad netamente cultural, por ello hay diversas aficiones en cuanto a la música.
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